en los últimos días la idea de pobreza cultural ha resonado entre los que estamos activos en el sector. En la presentación del informe anual del Consell Nacional de la Cultura i les Arts (Consell Nacional de las Artes y la cultura) se dice que ha aumentado un 10% en Cataluña. El concepto, como se afirma en este informe, se refiere a «las personas que consideran que tienen menos acceso al consumo cultural que las que son demográficamente y socialmente similares a ellas»., Esta percepción tiene poco que ver con el hecho de tener cerca en casa un espacio cultural, sino más bien con el uso habitual que se hace de él que, al parecer, no supera el 16%.
Un interesante estudio del Observatorio Vasco realizado en 2016 explica que la investigación sobre pobreza y cultura ha sido realizada por sectores académicos muy diferentes. El primero ha sido investigado principalmente por economistas y politólogos, mientras que el segundo por historiadores, antropólogos e investigadores en Ciencias Humanas., Ha habido, sin embargo, un economista que ha sido clave en la búsqueda de elementos comunes entre estos dos mundos: Amartya Sen ha presentado una teoría sobre las capacidades que evalúa las posibilidades reales que tienen los individuos para ejercer sus libertades. En pocas palabras, no es lo mismo tener la posibilidad de ir a una biblioteca que tener la capacidad de ir allí y, como sabemos, en el caso de las bibliotecas la barrera no es económica.,
esta teoría, que ha influido notablemente en las políticas de Relaciones Internacionales y Cooperación al desarrollo, pone el acento no en la pobreza entendida como falta de ingresos, sino en la exclusión social como un fenómeno que va más allá de los aspectos materiales y tiene mucho que ver con la cultura entendida como un espacio de participación y como un derecho fundamental.,
la redacción del derecho a la cultura se refiere, esencialmente, a este aspecto participativo de muchas expresiones culturales, desde la perspectiva de los hábitos de consumo cultural, pero también de la contribución y producción de la cultura que cualquier persona puede hacer a través de las artes y prácticas culturales profesionales o amateurs, el trabajo voluntario en asociaciones culturales, las contribuciones intelectuales para enriquecer el patrimonio y la diversidad cultural, etc.,
desde esta perspectiva, es difícil aceptar la idea de pobreza porque, sin duda, la memoria y la creatividad son competencias y capacidades casi innatas. Sin embargo, hay que fomentarlos social y políticamente para transformarlos en activos y riqueza. Permítanme citar, de entre los muchos ejemplos existentes, dos que indican otras tendencias: la semana pasada 75 niños y niñas, alumnos de 8º grado del Instituto Salvador Espriu de Salt, presentaron por primera vez en el festival Temporada Alta el espectáculo «el Cos es cola» que ellos mismos habían producido., Además, a través del» un museu a l’aula»de la Fundación Carulla, los alumnos de 8º grado del IES Joan Amigó I El Morell están decidiendo, este año, qué patrimonio y qué memoria quieren transmitir y preservar y cómo hacerlo utilizando el lenguaje propio de las exposiciones.
Eduard Delgado, fundador de Interarts, lanzó la carta de Derechos Culturales para los ciudadanos de Barcelona que fue redactada en 2002 conjuntamente con el Instituto de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona. In 2004 also in Barcelona, Interarts coordinated an International Conference on cultural rights., Sería prudente retomar estas iniciativas y reflexionar seriamente sobre si es socialmente sostenible renunciar a toda la riqueza cultural que no se siente llamada a participar a través de las instituciones y propuestas culturales convencionales.
Gemma Carbó, presidenta del Patronato de la Fundación Interarts